Se nos
acaba el tiempo…
A lo
largo de los años hemos conocido múltiples máquinas
del tiempo, hemos podido ver en las grandes pantallas varios tipos de transportes para visitar diferentes épocas.
Aunque
fue bonito imaginar que, con un experimento tan simple como tunear un vehículo,
podríamos conocer a nuestros antepasados o a los hijos de nuestros nietos,
debemos asumir que la realidad no es así.
Con el
estreno de Black Mirror empecé a reflexionar…
¿La tecnología es la mayor debilidad del
ser humano? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a que los nuevos avances
monitoricen nuestras vidas? ¿Somos adictos a la tecnología?
Ya en
2017 Charlie Brooker, creador de dicha serie, exponía: “El crecimiento de la tecnología es imparable, imposible de evitar.
Y no hay manera de saber hasta qué punto va a seguir ese desarrollo”.
Aunque
solo han pasado 12 años desde que empecé a plantearme la influencia que ejerce
un dispositivo electrónico en nuestras vidas, puedo afirmar que, en 2030, por muy triste que suene, vivimos de la tecnología y para ella.
Cuando
acabé la carrera pasaba los días imaginándome cómo sería mi futura clase, qué
metodología utilizaría para impartir los contenidos, cómo sería el alumnado… Después
de 5 años opositando conseguí mi plaza y dejé de plantearme hipótesis, ¡ya era
maestra!
¿De
qué me sirvió?
Esa
vida que llevaba esperando tanto tiempo empezó a desaparecer. Las clases cada
vez eran más pequeñas, no había comunicación (¡ni entre profesores!), la
motivación ya no estaba presente…
A
partir de 2027, aunque os parezca
surrealista, los colegios desaparecieron y me convertí en Siri Educación (SE). Hoy
en día, cada estudiante tiene un dispositivo electrónico y se forma mediante
este, accediendo a la información desde cualquier lugar y a través de SE.
¿Seguiré
existiendo en 2050? Le preguntaré a Siri Educación…
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